domingo, 26 de julio de 2015

La llegada de Lucía

Pasado un año Montse tuvo que dejar de trabajar en la tienda de Manolo.  Es como si solo hubiese estado allí porque Laika la iba a adoptar.  No lo he dicho antes pero Montse tiene fibromialgia, y fue en esta época cuando comenzó a tener los primeros síntomas.  Al principio eran pequeños dolores o molestias musculares que no sabía muy bien de donde venían, cansancio después de trabajar en la tienda, agacharse, coger peso, limpiar, parece una labor sencilla pero conlleva su desgaste y cuando tu cuerpo empieza a fallarte con 36 años sin saber porque la congoja y la preocupación es enorme.  Como decía Montse tuvo que dejar su trabajo en "Patas y aletas".  Estuvo una temporada sin trabajar y cuando estuvo mejor entré en otra tienda de mascotas, una franquicia creada por unos sevillanos y llamada "Hobby Zoo".  Situada en un centro comercial de la ciudad, era un local grande y luminoso, lleno de perros, gatos, reptiles, peces, pájaros, ratones... y todo lo que uno puede necesitar cuando tiene una mascota: camas, casitas, jaulas, alimento, libros... Montse estaba contenta, había pasado de trabajar en una tienda de barrio, muy bonita y moderna, a una cadena de tiendas especializadas en animales, o al menos eso pensaba ella.  He de confesar que nunca me han agradado las tiendas de animales.  Nunca había pagado por tener un compañero animal ya que a Nerón nos lo dieron los dueños de su madre y a Cari nos la encontramos abandonada en el pueblo de mi padre, por lo que decidimos adoptarla y así de paso que Nerón tuviese una compañera.  Cuando era pequeño las tiendas de animales del barrio eran más pajarerías o tiendas de peces que otra cosa, y he de confesar que mi madre compró en una un bonito jilguero al que llamamos "Pisto" y que nos acompañó durante doce o trece años, además de dos periquitos, de nombre "Curro" ambos, aunque al primero, inteligente como él solo, le llamamos "Curro" y al segundo "Curro II", para diferenciarlos.  Ahora que he nombrado a Curro me viene a la mente el día que nos dejó.  Ya entonces lloré y mis amigos no me entendieron, me sentí extraño al comprobar como había personas que podían mofarse de los sentimientos que se tenían hacia los animales.  Tenía yo entonces unos 16 o 17 años, la verdad es que no lo recuerdo bien, y Nerón estaba en nuestras vidas desde hacía poco tiempo (llegó cuando tenía 16 años y nos dejó cuando tenía 32).  Curro era muy inteligente.  Tenía su jaula abierta durante el día y revoloteaba por toda la casa, por la noche se metía dentro y le cerrábamos, así podíamos dormir tranquilos no fuese que tuviese algún accidente al querer volar a oscuras o algo.  Recuerdo que cuando nos marchábamos de casa, bien a comprar, al cine o a cualquier otro sitio, dejábamos a Curro encerrado en la cocina.  Teníamos que ser rápidos si queríamos hacerlo porque en cuanto notaba que nos íbamos salía volando detrás nuestro y quedaba con sus patitas apoyado en el marco interno de la puerta.  Lo oíamos llamarnos como si fuésemos a dejarlo abandonado y cuando volvíamos, estaba encima de las barras de su jaula medio dormido, despertándose en el mismo instante en que nos veía entrar.  Mi madre le enseñó a repetir varias palabras, "curro currito", "borracho, borrachito", Chimón" (por mi nombre, Simón, aunque a él le salía Chimón.  Le dijeron a mi madre que las palabras que llevaban "r" les resultaban más fáciles de aprender.  Curro fue mi primer contacto con un compañero animal y cuando tenía poco más de un año falleció.  De repente revoloteó por el salón de forma desorientada, cayó al suelo y lo cogí entre mis manos, donde murió al poco.  Era de noche.  Por la mañana había estado realizando unos dibujos a tinta china para el instituto y él, que siempre estaba con nosotros, creo que chupó la tinta que todavía no se había secado... no sé si aquello influyó (se lo dijimos al veterinario pero no le dio mayor importancia al hecho), o era demasiado inteligente para ser un periquito y su cerebro no lo resistió... esto último es lo que siempre he pensado y hoy, más de treinta años después sigo pensándolo.

Tras el fatal accidente mi madre nos trajo un segundo periquito, y si Curro era verde, este Curro II era azul. Nunca fue tan listo como Curro, aunque lo quise tanto como al primero (nunca he medido mi amor a un animal por ser más o menos inteligente, aunque debo reconocer que algunos se hacen querer por su "don" de ser especiales), nunca aprendió a decir casi nada y cuando llevaba dos o tres años en casa falleció.  Mi madre nos dijo que se había escapado, pero con el tiempo mi hermana y yo llegamos a la conclusión al escuchar aveces a mi madre, de que se había caído en la sartén mientras ella freía, ya que aunque no mostraba la misma inteligencia que Curro, si era igual de dicharachero y amistoso, siguiéndonos siempre a todas partes... lo sentí y lo siento mucho por ambos, creo que todos los seres deberían tener un reloj vital y que este parase al llegar a cierta edad, algo así como los noventa años en los humanos.  Nadie debería fallecer joven.

Quizás mi amor por los animales se deba a que en casa mi madre nunca gustó de maltratar a ninguno, y que si sabía de alguien que lo hacía lo maldecía sin callarse.  A mi madre le encantaba escuchar coplas (por algo era nacida en Córdoba aunque con un año se fuese a vivir a Lérida... mis abuelos eran de Córdoba) y había una de Rafael Farina que le encantaba y que se me quedó grabada para siempre.  Decía algo así como que no era hombre bien nacido quien a un perro pegaba.


Pronto Montse se dio cuenta de que Hobby Zoo era lo más parecido a una granja en la ciudad, una granja de animales de compañía, y sus dueños, los sevillanos, ganaderos de toda la vida, criadores de los mismos conejos y otros pequeños animales que luego vendían en sus establecimientos. Cuando Montse trabajó allí puede que hubiese más de cuarenta centros por toda la península, franquiciados en su mayoría, aunque este de Zaragoza y los dos que tenían en Sevilla pertenecían a los creadores de la franquicia. Llegué a conocer al dueño pues estuvimos en Sevilla para que nos enseñará las tiendas de allí, ya que durante una temporada pensamos quedarnos con el establecimiento donde Montse trabajaba. Cien millones de pesetas es lo que nos pedía aquel desalmado, un par de años antes de que la crisis entrase a formar parte de la vida de la mayoría de los españoles. Doy gracias muchas veces porque al final no nos franquiciamos. Hubiese sido un desastre económico para nosotros y ahora la tienda estaría cerrada. Lo sé porque lo franquició un chico que la tuvo unos años y tuvo que cerrar ante la crisis.
La idea de quedarnos la tienda era cambiar radicalmente la forma de trabajar en ella. Dejar de importar perros de países del este que llegaban en camiones y eran vendidos por peso, cachorros que morían por la conocida como “tos de la perrera” o porque no podían resistir un viaje de tres días en un camión. Era consciente de que de cada diez perros que estaban en los escaparates de aquella tienda, otros diez habían quedado en el camino y otros cinco morían al poco de llegar a Zaragoza. Y lo peor de todo es que esta no era la única tienda que obraba de esta forma. Pero las leyes animales en nuestro país son prehistóricas y transportar docenas de perros en un camión desde otro país no era delito. Vender solamente animales criados en Zaragoza, donde hay suficientes criadores como para ello, sin tener que hacer sufrir a los cachorros durante días. Potenciar la adopción de animales abandonados: gatos callejeros, cachorros y perros de las protectoras... dejar de vender roedores como alimento para serpientes, algo que siempre he denostado y que jamás entenderé ya que para mi un reptil debería vivir en su hábitat. Ahora que ha salido el tema de los roedores, en mi vida con Montse hemos convivido también con muchos roedores, tanto ratas como ratones de laboratorio. Estos primeros me dejaron prendado cuando los vi por primera vez en “Patas y aletas”. Me parecieron unos seres muy inteligentes en comparación con su pequeño tamaño y todavía recuerdo a muchos de los que compartieron su vida con nosotros: Luisa Fernanda, Manoplas, Manchitas, Blanquita, Speedy González, Chip y Chop... la mayoría de ellos corriendo buena suerte y tuvieron una vida plena para un roedor. Recuerdo una vez que algún ratón se nos escapó por el piso y que los gatos estaban por allí alrededor... Laika puso su cuerpo entre el ratón y los gatos, para que nadie, ni nosotros mismos, pudiéramos dañarlo. Fue un acto que nunca olvidaré y demostró el espíritu maternal que se escondía dentro de nuestra perra.

La llegada de Luna

Luna es una de nuestras gatas.  Al igual que Bolita es blanca y negra, pero si Bolita es la gata que suele salir en las latas de comida de gatos (recuerdo las de la marca Felix por ejemplo), Luna es diferente, no tiene sus colores tan simétricos.  Mientras escribo esto la tengo delante.  No es una gata-perro, como llamo a Bolita, Conan o Manchitas (con este nombre me refiero a los gatos de la familia que son como perros, te siguen a todas partes y se pasan horas a tu lado), si no que es una gata-gata.  Independiente aunque le gusta recibir sus mimos y caricias.  Llegó a casa doce días antes que Laika.  Una tarde que estaba Montse en la tienda entraron dos niños con sendos gatos.  Eran tan pequeños los niños como los animales, y los chavales los estaban alimentando a base de ganchitos.  Le dijeron a Montse que se los habían encontrado y que qué podían hacer con ellos.  Ella les dijo que los dejaran en la tienda y así alguien podría adoptarlos, a lo que no de los chavales accedió, pero el otro se mostró reacio y confesó que prefería quedarse con el gatito, un cachorro negro como la noche.  Montse les dio unos consejos para cuidar al animal y el niño le dijo que su madre ya lo sabía y que se lo quería quedar.  Salieron por la puerta con el gatito dejando una pequeña gata blanca y negra en el mostrador.   Nunca más supimos de aquellos niños ni del gato negro que se quedaron.

Hacía unas semanas que mi madre había encontrado unos cachorros de gatos en la calle, tres para ser exactos, y nos dio uno a nosotros, otro a mi hermana y el tercero se lo quedó ella.  Eran unos cachorros demasiado pequeños, y tanto el de mi madre como el nuestro fallecieron a los pocos días.  Con toda la ilusión del mundo nosotros habíamos ya bautizado a aquella gatita que nos había dado mi madre con el nombre de Luna, ya que aparte de una pequeña mancha blanca que tenía en el cuello, era tan negra como el carbón.  Luna murió de una infección según nos dijo la veterinaria, que al ser tan pequeña no podríamos haber hecho nada.  Como noticia decir que el cachorro que se quedó mi hermana sigue vivo a día de hoy, Chiqui lo bautizó y es un gatazo blanco y negro.  Pero Luna (y el cachorrito de mi madre) no tuvieron tanta suerte.  No me gusta poner un animal en lugar de otro como sustitución, pero eso si da la casualidad de que adopto un compañero animal tras la pérdida de otro, nunca los bautizo con el mismo nombre.  Luna fue diferente.  Le pusimos su nombre como un honor hacia aquel cachorrito negro que pasó levemente por nuestras vidas.

Y llegó Laika cuando Luna estaba recién llegada, ambas con sus letras L como inicial, ambas de la misma edad y ambas igual de juguetonas.  En ese momento nuestra familia estaba compuesta aparte de nosotros dos, por Bolita, Carbonilla, Manchitas y Spoky (o mister Spok, su nombre oficial).  Y llegaban dos hijos más.
A medida que pasa el tiempo tendemos a olvidar momentos de nuestra vida que no vuelven hasta que un suceso importante llega para recordádnoslo, y es ahora tras la falta de Laika cuando recuerdo como jugaban ambos cachorros... Hay personas que me preguntan que tal se llevan los gatos con los perros.  Yo les digo que bien, siempre y cuando ambos hayan sido criados juntos o vivan en una familia animal equilibrada.  Luna y Laika jugaban con globos, si, la una tiraba de un extremo del globo y la otra del otro, con las bocas, hasta que Laika perdía y este le iba a la cara a la gata.  Aveces pensábamos que la perra lo hacía a propósito, que lo soltaba como ritual del juego, y tiempo después sabiendo de la inteligencia de que hacía gala Laika no hubiese dudado en creerlo.

Y así pasó el primer año en la vida de Laika junto a nosotros.  Aveces acompañaba a Montse a la tienda o iba yo a buscarla a la vez que la paseaba.  Ella iba contenta, sabiendo que luego volvería a su nuevo hogar, a su familia.  Entonces dormía con nosotros mientras los gatos dormían en una habitación para ellos. Intentamos que Laika durmiese con ellos, pero fue imposible.  Los lloros nocturnos hacían imposible dormir, no por la molestia que nos causase, si no por que nuestro corazón no podía escuchar aquellos gemidos, y por otro lado los vecinos podrían haber protestado.  Y eso que la habitación de los gatos era como una guardería gatuna, con su sofá cama, sus cuadros de gatos y perros, sus cuencos de comida, agua, sus juguetes que incluían el típico rascador de liza... era una época muy feliz para todos, y eso los animales lo notan.

Mi madre

Pensé escribir un diario.  Hace cuatro años falleció mi madre de cáncer.  El maldito cáncer que todo lo que amas se lo lleva.  Creo que fue entonces cuando se me pasó por la cabeza comenzar un diario contando todos mis recuerdos hasta entonces.  Cuarenta y un años dan para muchos recuerdos, aunque luego a casi nadie le interesen más allá del autor y sus más allegados.  Escribir sobre mi madre se me hizo difícil, muy difícil.   Qué puedo decir de una madre que todo hijo o hija no sepa ya, además de que llevaba diez años sin estar en el nido familiar, y aunque vivíamos en la misma calle, era tiempo más que suficiente para formar otra familia y tener otra vida.

La enfermedad de mi madre duró dos años, seguramente los dos peores años de mi vida.  No rendí en el trabajo como debía hacerlo, me encerraba en mis pensamientos lo cuales algunas veces no me gustaban. Montse estuvo siempre a mi lado, y cuando llegó el momento de la despedida supo aliviar mi alma.  Sabía que era la persona con la que quería compartir toda mi existencia, y aquellos días me lo demostró con todo su amor.

Sinceramente, había pensado que este capítulo sería más largo, pero no me veo con ganas de escribir más y tampoco sabría que decir.  Mi madre falleció a los 65 años, un doce de junio en el mismo hospital en el que yo trabajo.  Se la llevó un cáncer y cualquiera que esté leyendo esto sabe lo que se siente.

El prolapso de la glándula del tercer párpado... ¿Qué era eso?

Mientras la yorki seguía cada noche durmiendo en casa.  Y llegó la fatal noticia: se le había inflamado el tercer párpado del ojo y el criador había decidido sacrificarla.  Cuando me lo contó Montse no pude creerlo, sacrificar a un animal por una inflamación en el ojo (creo recordar que era en el ojo derecho) la cual un veterinario podía corregir con una pequeña operación.  El criador alegaba que la intervención quirúrgica le costaría unos 300 euros, y que no le compensaba.  La segunda opción era utilizarla como perra de cría, ya que venderla con aquella tara era imposible, pero enseguida lo desestimó también ante el temor de que pudiese ser hereditario y que algunos de sus cachorros lo tuviesen.  El sacrificio era la única opción válida para aquel criador (que dicho sea de paso no era un ser sin alma, solo era un criador como tantos otros, no todos pero sí muchos... alguien que ve a los animales de compañía como animales de granja) y fue entonces cuando Montse tomó una de las decisiones más importantes de su vida: adoptar definitivamente a Laika.

Cuando me narró todo lo que había acontecido cambié de opinión.  No podría vivir con la sensación de haber dejado morir a un ser tan inocente pudiendo haberlo evitado, y aunque no era el plan que había pensado para nuestra familia, Laika llegó un día a casa para quedarse.

El nombre llegó rápido.  En cuanto Montse decidió adoptarla pensó en este para ella, sin saber su significado, pero si conociendo la historia de la más famosa perrita de la  historia.  No es necesario que aquí la cuente pues todos la conocemos, y aunque nuestra Laika no sea tan famosa como la perrita rusa, para nosotros fue toda una heroína.

Este blog nace para reconfortar mi alma

Este blog nace entre otras cosas para reconfortar mi alma... Somos una pareja de mediana edad, 46 y 45 años, sin hijos tras quince años de amor.  No hemos tenido hijos humanos, pero somos una familia numerosa, gatos, perros, tortugas... y nosotros dos.  No puedo escribir todo lo que siento en un día, ni en dos ni en un mes, de hecho quiero que este blog sea un diario, el diario de nuestros sentimientos junto a unos seres muy especiales, sobre todo aquella que da nombre al blog, mi perra Laika, la cual nos dejó el jueves 23 de julio, hace exactamente tres días...




Hace tiempo que deseaba escribir un diario con el único fin de que dentro de veinte años, si todavía están abiertos estos ojos, pueda revivir los grandes momentos que pasé junto a mi pareja, Montse, y la demás familia que formamos todos juntos.  Seguramente todos queremos escribir en algún momento de nuestras vidas un diario, pero lo vamos dejando por un motivo u otro: cuando, con quince años, conocemos a nuestro primer amor; cuando volvemos de viaje de estudios, cuando fallece algún ser querido, cuando nos casamos, cuando nace nuestro primer hijo o hija... Siempre hay un momento especial que deseamos recordar y que nos motiva a escribir, a inmortalizar nuestros sentimientos, pues consideramos que son tan especiales que todo el mundo debería leerlos, o al menos que nosotros, cuando seamos viejecitos, sentiremos en nuestro corazón parte de la alegría que nos proporcionó aquel momento especial o aquel ser querido.  Esta historia va a ser larga, así que acomódate y prepárate para verme desnudo, sin máscaras ni armaduras en las que la sociedad aveces nos introduce, asfixiándonos en la mayoría de los casos.


Laika significa "La que ladra" o "la ladradora", y de verdad que fue el mejor nombre que pudimos ponerle, o mejor dicho, que Monste pudo ponerle.  Ya he comentado más arriba que Montse es mi pareja, y que llevamos quince años juntos.  Quince años en los que como en las mayorías de las parejas, hemos vivido de todo un poco: momentos de amor incondicional, peleas, dudas, felicidad... y en esos quince años siempre ha habido un compañero animal a nuestro lado, aunque nuestro primer gato, o mejor dicho, gata, la adoptamos al año de haber empezado nuestra aventura juntos.  Entonces vivíamos en la ciudad, en Zaragoza, en un barrio llamado Las Delicias, uno de los más populosos y populares, con pocas zonas verdes, muchas construcciones de cuatro alturas y mucho cemento, el clásico barrio nacido a la sombra del desarrollo industrial de los años sesenta, aunque hoy por hoy es una zona bastante céntrica.  Vivíamos como digo en una calle de Las Delicias, la calle Arias.  Un buen piso de 84 metros cuadrados y 84 metros de terraza, ya que era el último y la azotea era de nuestro uso y disfrute.  Mis padres vivían al lado nuestro y, cosas de la vida, mi padre encontró una gatita recién nacida, con la tripa hinchada de tantos gusanos como tenía.  La tripa le hacía parecer tan redonda que el nombre que le pusimos no se hizo esperar, "Bolita", una gatita blanca y negra de raza común europea.  Nunca podré olvidar como un día la cogió mi madre y se puso a enredar con ella en brazos, moviéndola mientras Montse le decía que parase quieta, que tenía diarreas... y ocurrió, la gata no pudo aguantarse y lo soltó todo... Montse no pudo evitar reirse ante el incidente y la cara de mi madre era un poema.
Hoy mientras escribo, está tumbada al sol tras catorce años acompañándonos y dándonos amor incondicional.

Era el año 2005, hace diez años, Montse estaba trabajando en una tienda de animales de compañía, la primera tienda de animales de compañía en la que trabajó tras sacarse el título de auxiliar veterinario.  Y la única en la que no se arrepiente de haber trabajado (más adelante hablaremos de estas tiendas que proliferan en nuestras ciudades).   La tienda se llamaba "Patas y aletas", y digo se llamaba porque su dueño, Manolo, la cerró hace un par de años tras jubilarse.  Era una tienda grande, con dos plantas, en la que había sobre todo grandes acuarios llenos de peces.  Creo que Manolo era un entendido en el tema, ya que mantuvo el local abierto durante muchos años, siendo una de las primeras tiendas modernas de mascotas (aunque realmente creo recordar que abrió más como tienda de peces que otra cosa) que se abrían en Las Delicias, en la época en que las tiendas de mascotas solían vender pájaros, peces y poco más.  Pero esta era diferente, más grande, más moderna, mejor equipada para la época... pero no quiero perderme en el tiempo.  Volvamos al año 2005.  Llevavamos cinco años juntos cuando comenzó a trabajar en la tienda de Manolo.  Entonces solo teníamos tres gatas, las cuales eran las niñas de nuestros ojos, nuestra familia: Bolita, Carbonilla y Manchitas, a las cuales iréis conociendo a lo largo de este diario.  Estábamos viviendo el boom de los animales de compañía, y todo el mundo quería tener un perro en su casa.  Eran años de bonanza económica y las tiendas de mascotas comenzaban a proliferar por todas partes, exhibiendo cachorros de perro y de gato en sus escaparates.  Manolo no tenía un espacio acondicionado para exhibir perros, o quizás no le gustaba (aunque si tenía en el escaparte conejos, gatos que distintos clientes le llevaban pues los habían encontrado en la calle o les habían parido los suyos), lo cual no impedía para que en su local se vendiesen perros también.  El criador los llevaba a la tienda por la mañana y por la noche volvía a llevárselos... esta era la práctica habitual, excepto con una yorkshire que tendría poco más de un mes, la cual debía ser de otro criador, el cual se la había confiado a este para su venta.  Aquella perrita se quedó la primera noche que llegó a la tienda sola a dormir allí, en una jaula apartada del escaparate... Aquello llamó la atención de Montse, la cual se preocupó por ella a la mañana siguiente.  No sé si fue esta atención especial de mi mujer hacia ella, fue un flechazo a primera vista o, lo más seguro, aquel cachorro de yorki la eligió (lo siento, mientras escribo esto se derraman lágrimas por mis ojos, no puedo evitarlo), y la eligió tal como le digo estos días a Montse, para bien y para mal, para todo y para siempre, como cuando dos almas se encuentran y deciden que se rozarán eternamente.  Cuando Montse se subía a una escalera para limpiar los acuarios, el cachorro iba detrás de ella, lloraba cuando no podía seguirla hasta el acuario.  Cuando atendía a un cliente, caminaba junto a ella sin dejarla en ningún momento, y cuando llegó la hora de cerrar la tienda Montse ya no pudo dejarla sola, y decidió traerla a casa, no para quedárnosla, aunque estoy seguro que si hubiese podido lo habría hecho.  Si os habéis fijado no he nombrado Laika todavía, ya que Montse no quería ponerle nombre.  Era un cachorro que estaba en venta y, aunque había pasado la noche en nuestro hogar, solo había sido para que no pasase la noche sola.  Pero la suerte ya estaba echada y aquel cachorrito, la que sería nuestra hija amada, nos había elegido...

Cuando me lo comentó Montse no me pareció buena idea.  Había tenido perros cuando vivía con mis padres (Nerón y Cari, de los cuales también hablaré más adelante) y sabía lo que ataban a la hora de querer viajar.  Entonces tenía 35 años y una de mis pasiones de siempre ha sido viajar, supongo que como la mayoría de los mortales.  Soy de los que piensan que viajando se renace, se conocen nuevas culturas, personas... aunque solo se viaje a la montaña o a la playa a 200 kilómetros de donde resides... viajar siempre es una cura para el alma y una forma de conocer mejor nuestro hogar, la Tierra.  El año anterior nos habíamos ido a Rumanía, un viaje por nuestra cuenta en el que estuvimos veintidós días recorriendo el país (había sido nuestro primer viaje fuera de España como pareja), y en mis planes de futuro entraba el viajar cada año a un país diferente... y sabía lo que significaba tener perros.  He de aclarar que cuando tuvimos a Nerón y a Cari no se estilaba dejar perros en guarderías, al menos en mi familia, y siempre que nos íbamos de viaje los llevábamos con nosotros (generalmente de camping).  Por una cosa u otra la verdad es que no acepté la propuesta de Montse, que no era otra que quedarnos con aquel cachorro de yorkshire, el cual sin yo saberlo, había escogido a Montse como madre adoptiva sin yo saberlo...