Tras el fatal accidente mi madre nos trajo un segundo periquito, y si Curro era verde, este Curro II era azul. Nunca fue tan listo como Curro, aunque lo quise tanto como al primero (nunca he medido mi amor a un animal por ser más o menos inteligente, aunque debo reconocer que algunos se hacen querer por su "don" de ser especiales), nunca aprendió a decir casi nada y cuando llevaba dos o tres años en casa falleció. Mi madre nos dijo que se había escapado, pero con el tiempo mi hermana y yo llegamos a la conclusión al escuchar aveces a mi madre, de que se había caído en la sartén mientras ella freía, ya que aunque no mostraba la misma inteligencia que Curro, si era igual de dicharachero y amistoso, siguiéndonos siempre a todas partes... lo sentí y lo siento mucho por ambos, creo que todos los seres deberían tener un reloj vital y que este parase al llegar a cierta edad, algo así como los noventa años en los humanos. Nadie debería fallecer joven.
Quizás mi amor por los animales se deba a que en casa mi madre nunca gustó de maltratar a ninguno, y que si sabía de alguien que lo hacía lo maldecía sin callarse. A mi madre le encantaba escuchar coplas (por algo era nacida en Córdoba aunque con un año se fuese a vivir a Lérida... mis abuelos eran de Córdoba) y había una de Rafael Farina que le encantaba y que se me quedó grabada para siempre. Decía algo así como que no era hombre bien nacido quien a un perro pegaba.
Pronto
Montse se dio cuenta de que Hobby Zoo era lo más parecido a una
granja en la ciudad, una granja de animales de compañía, y sus
dueños, los sevillanos, ganaderos de toda la vida, criadores de los
mismos conejos y otros pequeños animales que luego vendían en sus
establecimientos. Cuando Montse trabajó allí puede que hubiese más
de cuarenta centros por toda la península, franquiciados en su
mayoría, aunque este de Zaragoza y los dos que tenían en Sevilla
pertenecían a los creadores de la franquicia. Llegué a conocer al
dueño pues estuvimos en Sevilla para que nos enseñará las tiendas
de allí, ya que durante una temporada pensamos quedarnos con el
establecimiento donde Montse trabajaba. Cien millones de pesetas es
lo que nos pedía aquel desalmado, un par de años antes de que la
crisis entrase a formar parte de la vida de la mayoría de los
españoles. Doy gracias muchas veces porque al final no nos
franquiciamos. Hubiese sido un desastre económico para nosotros y
ahora la tienda estaría cerrada. Lo sé porque lo franquició un
chico que la tuvo unos años y tuvo que cerrar ante la crisis.
La
idea de quedarnos la tienda era cambiar radicalmente la forma de
trabajar en ella. Dejar de importar perros de países del este que
llegaban en camiones y eran vendidos por peso, cachorros que morían
por la conocida como “tos de la perrera” o porque no podían
resistir un viaje de tres días en un camión. Era consciente de que
de cada diez perros que estaban en los escaparates de aquella tienda,
otros diez habían quedado en el camino y otros cinco morían al poco
de llegar a Zaragoza. Y lo peor de todo es que esta no era la única
tienda que obraba de esta forma. Pero las leyes animales en nuestro
país son prehistóricas y transportar docenas de perros en un camión
desde otro país no era delito. Vender solamente animales criados en
Zaragoza, donde hay suficientes criadores como para ello, sin tener
que hacer sufrir a los cachorros durante días. Potenciar la
adopción de animales abandonados: gatos callejeros, cachorros y
perros de las protectoras... dejar de vender roedores como alimento
para serpientes, algo que siempre he denostado y que jamás entenderé
ya que para mi un reptil debería vivir en su hábitat. Ahora que ha
salido el tema de los roedores, en mi vida con Montse hemos convivido
también con muchos roedores, tanto ratas como ratones de
laboratorio. Estos primeros me dejaron prendado cuando los vi por
primera vez en “Patas y aletas”. Me parecieron unos seres muy
inteligentes en comparación con su pequeño tamaño y todavía
recuerdo a muchos de los que compartieron su vida con nosotros: Luisa
Fernanda, Manoplas, Manchitas, Blanquita, Speedy González, Chip y
Chop... la mayoría de ellos corriendo buena suerte y tuvieron una
vida plena para un roedor. Recuerdo una vez que algún ratón se nos
escapó por el piso y que los gatos estaban por allí alrededor...
Laika puso su cuerpo entre el ratón y los gatos, para que nadie, ni
nosotros mismos, pudiéramos dañarlo. Fue un acto que nunca
olvidaré y demostró el espíritu maternal que se escondía dentro
de nuestra perra.